Juan Vallejo: arte que dice lo que las palabras no pueden

Te propongo una cosa. Abrí Google Maps y escribi en el buscador: San Pedro de Colalao, Tucumán.

Es probable que te suceda lo mismo que a mi. Después de leer sobre Juan Vallejo llegué a la conclusión de que su casa sería un museo. De paso te comento que la vivienda está en pleno centro. No hay placas. No hay calles con su nombre. Ningún rastro de quien, a mi juicio merece como mínimo el título de ciudadano ilustre.

Puede ser que sea por su forma de ser. Nos comentaron que hablaba poco. No es que no tuviera que decir o no hablara: no le hacían falta palabras. Se comunicaba con su arte. Y si uno se detiene a escucharlas, va a notar que vocabulario no le faltaba.

Juan Esteban José Vallejo nació el 26 de diciembre de 1944. Al cumplir los treinta años ya era ingeniero industrial. Pero la lógica del cálculo no lo limitó, al contrario: lo empujó. Viajó, busco, miró. En uno de esos recorridos cruzó caminos con María Simón, artista Tucumán oriunda de Aguilares, quien dejaría una huella sutil pero persistente en su manera de ver el mundo y el arte.

San Pedro de Colalao no fue solo su hogar: fue su laboratorio. En su casa -esa que Google Maps no señala- armó un taller. Un refugio. Trabajo en lo que él denominó Ultraconceptos. Una palabra extraña para nombrar lo innombrable. “Quiero llegar a pintar cuadros que establezcan una comunicación inmediata, una comprensión que se extienda y refine durante toda una vida, como un interminable relato siempre renovado”, cita de sus palabras en la página del gobierno porteño.

Lo logró

Sus obras no se leen: se escuchan, se sienten. Cada objeto, cada trazo, cada símbolo parece tener algo que decir, si uno se detiene a escuchar. Como si todo hablara en un idioma sin palabras, pero no por eso menos preciso.

Los materiales no vienen de tiendas especializadas. Vienen de acá. De los alrededores. De la tierra. Basta imaginar al artista caminado por las calles de San Pedro, rodeado con las cumbres, inmerso en el canto antiguo de las aves, el crujido de los ríos que cortan o mejor dicho esculpen las piedras. La tradición no le pesa: le habla. Y el responde con su arte.

Paisaje y materia: el entorno como fuente de inspiración para Vallejo. Fotos: Esteban Ortiz.

La perfección matemática de la naturaleza, sus proporciones ocultas, su geometría misteriosa, todo se cuela en sus obras a través de los números. Los colores, en cambio, tienen otra tarea: despertar algo que estaba dormido. Vivos, contrastes, terrosos, parecen evocar algo más viejo que la historia. Algo ancestral.

Su talento y visión eran innegables. Enterarme por casualidad – quien sabe- de que aquella casa con fachada antigua, frente de la plaza había vivido un artista como Vallejo, me hizo reflexionar en cuantos más estarán en la sombra, esperando ser descubiertos.

Mientras tanto, el reconocimiento en el pueblo parece estar reservado para los políticos —en plazas, construcciones y monumentos—. Las calles llevan nombres de plantas, animales, antiguos dueños de tierras e incluso de fechas de campeonatos mundiales de fútbol. Todo eso tiene su lugar, claro. Pero uno no puede evitar preguntarse: ¿acaso un artista como Vallejo no lo merece?

“Calles que llevan nombres visibles. Pero el arte de Vallejo, aún hoy, permanece sin señal.“Todas las fotografías fueron tomadas por Esteban Ortiz.

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